El Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla ha presentado este jueves su cartel anunciador del Día de la Virgen 2020, conmemorativo del 15 de agosto y dedicado a Nuestra Señora de los Reyes.

En un principio, debido a la crisis sanitaria del Covid-19, el Consejo no llegó a nombrar a ningún cartelista de la patrona de Sevilla y la Archidiócesis, pero sí ha querido anunciar uno de los días grandes de la ciudad con una obra antigua, cuando este cartel se hacía con una pintura antigua o un retablo cerámico. Un acto donde se ha recordado la memoria del presidente, Fernando Yuste, fallecido el pasado lunes 20 de julio.

El vicepresidente, Eutropio García, desglosó el calendario de cultos a celebrar durante el mes de agosto durante la presentación del cartel, al que le acompañaron otros miembros de la junta de la Asociación de fieles de la Virgen de los Reyes y San Fernando: Antonio Ramos, Federico Carrasco y Manuel Jesús Rodríguez Rechi.

Cartel del Día de la Virgen 2020

Descripción

El cartel del Día de la Virgen está protagonizado por un óleo sobre lienzo que, hasta este momento, constituye la única obra autógrafa conservada del pintor Bernabé de Ayala, estando firmada y fechada en el año 1662. La pintura se custodia en el Tribunal Constitucional de Perú, en Lima, cuya sede se encuentra en uno de los principales edificios históricos de la capital del antiguo virreinato sudamericano, curiosamente conocido como la Casa de Pilatos, a semejanza del palacio sevillano.

Debemos recordar que Bernabé de Ayala nació en Jerez de la Frontera en torno a 1620-1625 y su trayectoria biográfica está documentada hasta 1689, aunque se desconoce la fecha precisa de su fallecimiento. Su personalidad artística ha sido estudiada, entre otros, por Hernández Díaz, Duncan Kinkead, Enrique Valdivieso, Odile Delenda, Benito Navarrete y, más recientemente, por Eduardo Lamas-Delgado. Está considerado como uno de los principales discípulos y asistentes de Francisco de Zurbarán durante la década de 1640, debiendo de obtener la maestría como pintor en torno a 1650, año en que contrajo matrimonio en Sanlúcar de Barrameda. Fue uno de los asistentes a la célebre academia de dibujo fundada en 1660 por Murillo, Valdés Leal y Francisco de Herrera el Mozo en la Casa Lonja. Ayala también se mostró especialmente activo en el comercio artístico americano, logrando amasar una discreta fortuna que le permitió gozar de una posición económica desahogada. Está documentada su presencia en Cádiz a finales del siglo XVII, ciudad en la que residió en compañía de su familia y donde quizás pudo morir.

Este cuadro viene a ser una prueba evidente del envío de obras de Bernabé de Ayala al Perú y, por supuesto, viene a ponernos de manifiesto el extraordinario desarrollo que alcanzó la devoción a la Virgen de los Reyes por todos los territorios de la antigua Monarquía Hispánica. Sabemos que esta pintura procede del convento de agustinas recoletas de Nuestra Señora del Prado, en Lima, pues un inventario encargado por la Real Audiencia limeña en 1666 ya la consigna en este cenobio. Es posible, como señala Lamas-Delgado, que el lienzo fuese adquirido por la priora Antonia de la Cruz, durante cuyo gobierno se reconstruyó y decoró dicho convento con pinturas y esculturas compradas entre 1661 y 1662. Otra alternativa sería que el cuadro lo hubiese abonado el arzobispo de Lima D. Pedro Villagómez, protector del convento, que compró una buena porción de obras procedentes de Sevilla, principalmente destinadas a la catedral limeña.

En Lima se vienen atribuyendo a Bernabé de Ayala tres importantes ciclos pictóricos: uno con padres fundadores de órdenes monásticas en el convento de la Buena Muerte; otro, un apostolado que se conserva en la sacristía del convento de San Francisco y, finalmente, una serie de siete arcángeles en el monasterio de la Concepción. En la capital hispalense se le asigna, por ejemplo, el conjunto de pinturas que decora la nave principal de la iglesia de Nuestra Señora de la Paz, de la Orden de San Juan de Dios, más otro par de cuadros ingresados recientemente en nuestro Museo de Bellas Artes. Pero, sin duda, la verdadera piedra de toque de su producción es la pintura que nos ocupa, pues es la única, repito, verdaderamente documentada de todo su catálogo, habiendo sido dada a conocer en 1969 en un artículo publicado en la revista Archivo Hispalense por parte del recordado profesor y consejero de esta institución Jorge Bernales Ballesteros.

El cuadro original muestra unas generosas proporciones de 240 cm de altura por 176 cm de ancho. La imagen de la Santísima Virgen de los Reyes aparece entronizada dentro de su tabernáculo de plata gótico, encajado en el cuerpo principal del retablo barroco que preside la Capilla Real, representado con ambición realista. Este último fue tallado por Luis Ortiz de Vargas entre 1644 y 1649. En la pintura se aprecia con claridad el programa figurativo, de naturaleza escultórica, que acompaña a la Virgen en su altar, constituido por las efigies erguidas y de cuerpo entero de San Joaquín y Santa Ana, y los medallones con los bustos de San José y las santas Justa y Rufina, además de los ángeles y cabezas de querubines, perfectamente emparejados, que pululan por todo el retablo. Precisamente, el análisis de los rostros de toda esta panoplia de personajes ha servido para que los especialistas puedan fundamentar una serie de atribuciones a Bernabé de Ayala, como el lienzo de la Asunción de la parroquia de Santa María la Coronada de San Roque (Cádiz).

En definitiva, nos encontramos ante un importante hito en el repertorio iconográfico que contribuyó a difundir, durante los siglos de la Edad Moderna, el icono devocional de la Virgen de los Reyes por toda España y sus territorios de Ultramar. Al adoptar esta pintura como Cartel del Día de la Virgen, el Consejo General de Hermandades y Cofradías recupera una costumbre que ya utilizara entre los años 1997 y 2008, poniendo en valor este precioso patrimonio artístico no siempre bien conocido entre los sevillanos, y que viene a ser la prueba palpable de que el fervor a nuestra patrona trasciende, hoy como ayer, las fronteras de nuestra ciudad e incluso la de la propia Archidiócesis de Sevilla.